Siempre he sentido un fetichismo especial, con los edificios en desuso, en mal estado o simplemente en ruinas, pero que conservan la elegancia de una época en la que todo tenía ese toque.
En uno de mis viajes Madrid – El Puerto, descubrí la Azucarera Jerezana, un edificio majestuoso, en plena carretera. Es una de las joyas de El Portal, una barriada rural, que no llega ni a pueblito y que a simple vista es eso: carretera, azucarera y poco más. Un pedacito de tierra que seguramente pasaría desapercibido de no ser por las cigüeñas que la sobrevuelan, pero que, sin embargo, tiene historia, pues fue el lugar que el Rey Alfonso X El Sabio eligió para retirarse a escribir y meditar. También porque fue un enclave importante del antiguo trazado ferroviario Sevilla – Cádiz. La estación, también abandonada, es el segundo de los tesoros que guarda El Portal, aunque esa historia merece líneas aparte.
La azucarera fue un proyecto efímero. Apenas duró 7 años después de su inauguración en 1899. Se fue a la quiebra porque la remolacha no se daba bien en estas tierras y el edificio, imponente y funcional, fue quedando abandonado. Hoy sus pilares y ventanales son el pedestal para gigantescos nidos de cigüeña y los cuatro muros que quedan de pie hacen lo que pueden por resguardar una suerte de cancha de fútbol sala, con sus bancadas de piedra y una luz envidiable y mágica que pinta las arcadas y las siluetas en la pista en las últimas horas de la tarde.
La última foto es la azucarera en plenitud, para que la conozcan en sus pocos años de esplendor. Las otras las saqué 100 años después, donde fútbol y cumpleaños de niños comparten espacio junto a los verdaderos okupas del lugar: esas vigilantes cigüeñas, que son las únicas que parecen conservar la elegancia que algún día tuvo esta magnífica construcción.