¿Quién dijo que fuera imposible? A pesar del refranero popular, hace ahora medio siglo un equipo de visionarios desafiaron la lógica y se atrevieron a proponer un diseño inusual para flanquear una de las plazas más transitadas y populares de Madrid: la plaza de Colón.
Imágenes: Exposición: Torres Colón. 1969-2019
De ella tomaron su nombre, aunque en planos se iban a llamar Torres de Jerez. En ellos también estaban planteadas como edificios idénticos pero independientes. Pronto, muy pronto, estas gemelas, firmadas por Antonio Lamela, se convirtieron en un icono del skyline madrileño. Aunque su coronación definitva no ocurriría hasta los ’90. Fue entonces cuando las Torres alcanzaron todo su esplendor, cuando consiguieron su sello distintivo: esa pasarela superior que conecta los dos edificios, rematada en una estructura verde de estilo Art Nouveau y que, a simple vista, recuerda a un enchufe.
Lo que más me gusta de esta estructura es su empaste con el entorno. No pasa desapercibida, eso está claro, pero sus acristalados muros reflectantes, como espejos color ámbar, hacen su papel integrando los edificios colindantes. Absorben el verde de los árboles, conectan con la luminosidad del cielo en los días claros y devuelven algún destello en los días más grises, como queriendo decir que desde allí arriba se ve claramente que la tormenta va a pasar pronto.
Me gustan las Torres de Colón porque son un testigo de la arquitectura atrevida pero funcional, un equilibrio perfecto de locura y cordura, de sorpresa y cotidianeidad. Un híbrido de hormigón, vidrio y acero, fotogénico casi desde cualquiera de sus ángulos.