París está repleto de lugares mágicos. De lugares impresionantes. Está lleno de una exquisita arquitectura a escala humana. De edificios con personalidad propia pero que conversan entre sí y hacen que cada paseo se convierta en un descubrimiento constante y fascinante.
Sin embargo en éste, casi me obligaron a entrar. Desde fuera no veía más que la fachada y la imponente reja del palacio de justicia. Un par de fotos. Listo. Pero no. Acá la magia ocurre dentro, en los juegos de luces que nos regalan los esquivos rayos de sol parisinos cuando atraviesan las vidrieras de la Sainte Chappelle.
De repente, los pasajes de la Biblia que representa cada vidrio y sus personajes van apareciendo en escena con cada halo de luz, como si se fueran cediendo protagonismo o como si estuvieran compartiendo las tablas de un escenario. Hay algo hipnótico en esta diminuta capilla, algo singular y casi místico.
Fue una inesperada sorpresa, que me hizo pensar en los tesoros que hay escondidos en todas las ciudades. Pedazos de historia que son alma y esencia.
Si visita París no dude en acercarse a verla. Próxima a cumplir 800 años de vida, es un buen momento para celebrarla.